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La montaña siempre estuvo allí, tal vez de una forma menos física que sentimental. Así como hay hombres y mujeres que ansían el mar o la llanura, Tania Villaseñor recuerda haber sentido desde siempre, desde que era una niña, la presencia magnética de las montañas.

Es difícil establecer un punto de partida para lo que parece haber estado siempre allí, pero la geóloga chilena, de 36 años, recuerda dos escenas fundamentales de su vida: en la primera tiene siete años y está en el cine viendo una película sobre Dian Fossey, la primatóloga estadounidense que defendió durante décadas a los gorilas en las montañas neblinosas de Ruanda, antes de ser asesinada por un machetazo nocturno. En la otra, ella tiene 15 años y mira la televisión, en la casa en que vive con su madre y su hermana en Maipú. Están dando un documental sobre unos aventureros -“unos geólogos”, escucha-, que han escalado un volcán para medir los gases que está exhalando su monstruosa boca roja. El narrador dice, en algún momento, que ya otros dos volcanólogos han desaparecido en una avalancha.

La adolescente que mira la pantalla no entiende del todo qué es ser una “geóloga”, pero ya ha entendido otra cosa: que las grandes aventuras parecen estar en las montañas.

—A mí me impactaron los cerros y la idea de ir a buscar algo desconocido. La pasión de estos científicos por su trabajo, capaces de entregar su vida. Yo no sabía qué era hacer ciencia, pero sí tenía la imagen de explorar los cerros —dice la geóloga Tania Villaseñor, sentada en su casa en Peñalolén, con ventanas que miran hacia la cordillera—. Luego, en la universidad, iba todos los veranos a hacer trabajos ambientalistas en la cordillera de Talca, dos o tres semanas. Todo se volvía tan simple allí, con tu mochila, sin señal de celular. Eras tú misma y la montaña.

Su camino hacia la ciencia, como el de muchas investigadoras chilenas, implicó abrirse paso en un mundo de hombres. Luego de ser la única mujer en el electivo de Física en el Colegio San Leonardo de Maipú, entró al plan común de Ingeniería en la Universidad de Chile -donde había una mujer por cada diez hombres-, y luego, aún arrastrada por el amor a las montañas, se matriculó en Geología. Una vez dentro, sin embargo, entendió que el estudio de las capas geológicas terrestres implica mucho más que descifrar unas cuantas señales en las rocas. A Tania le gusta decir que la geología es una rama de la historia, una manera de ver el mundo en cuatro dimensiones, donde el paso del tiempo es una marca más de todas las cosas.

Tania Villaseñor.

—Es también una ciencia histórica, porque estudiamos la historia de la Tierra —dice la geóloga—. Hace cien millones de años también había volcanes, océanos, y nosotros estudiamos sus principios para buscar piezas perdidas. Es súper interesante, una visión en cuatro dimensiones en donde está el espacio pero también cómo el tiempo ha cambiado ese espacio. Para un geólogo es súper claro que la tierra es algo dinámico, sensible al tiempo, que siempre está cambiando, y lo que seas capaz de ver va depender mucho de la escala en que mires.

La escala de tiempo en que suele mirar Tania Villaseñor es “reciente”, tan sólo 80 mil años. Y lo que mira -el “limo”-, es casi invisible a ojos humanos: son trozos microscópicos de montaña, hasta diez veces más pequeños que un grano de arena, que busca en el fondo del océano. Lo descubrió mientras hacía su doctorado en la Universidad de Florida: para quien quiere observar la evolución de las montañas en todas sus dimensiones, ningún lugar tiene más historias que el fondo del mar. Allí se depositan los sedimentes siliciclásticos, restos de montaña que el viento, la nieve y el tiempo degra daron -“meteorizaron” es la palabra exacta-, y que luego cayeron ladera abajo, arrastrados por la lluvia y los ríos, quebrándose infinitas veces hasta depositarse, como casi todas las cosas de la Tierra, en el fondo del mar.

—A mí me gustaba ir a los cerros y terminé trabajando en el océano sin quererlo. El océano recibe sedimentos de muchas partes, y con eso me puede contar una historia más amplia. En el fondo, sirve para entender cómo la superficie de la Tierra se ha ido ajustando a los cambios climáticos, a las glaciaciones, también a escala más corta: podemos pensar cómo el cambio climático actual está afectando a la erosión, al cambio en el nivel del mar. La historia está contenida en el paisaje, y de cada sedimento van saliendo preguntas nuevas.

— ¿Cuán distinto es el cambio climático actual de los del pasado? 
—Hoy los niveles de CO2 en la atmósfera son los más altos registrados por varios cientos de miles de años, estamos saliéndonos de lo que solía ser el ciclo normal de la Tierra por el último millón de años. Estamos en un lugar en donde no hemos estado en mucho tiempo.

¿Es una incógnita hacia dónde vamos? 
—Mucho de lo que sabemos es por los estudios paleoclimáticos, que están mirando lo que pasó en estos periodos más calientes hace millones de años. Por ejemplo, hay científicos que sacan sedimentos marinos de esas edades para entender si hace 3 o 4 millones se derritió toda la Antártica, o sólo una parte. El lado oeste de la Antártica se supone que se derritió casi por completo hace millones de años. Saber eso te permite entender cuánto puede cambiar el nivel del mar, que es un problema que tenemos ahora. A partir de esos estudios se han hecho modelos matemáticos y se han proyectado los patrones de precipitación hacia el futuro, calibrando lo actual con lo que ha pasado antes, que es lo único que conocemos.

¿Qué pasaría si la Antártica se derritiera otra vez? 
—Serían varios metros más de nivel del agua y podría cambiar la circulación de los océanos, que transportan calor, frío o nutrientes a diferentes partes de la Tierra. Si echamos mucha agua fresca al balde del océano pueden cambiar las corrientes. Por ejemplo, hay una corriente que lleva el calor de los trópicos a la Costa Este de Estados Unidos. Si esa corriente se debilita, cambiaría todo el clima del hemisferio norte. Son varias cosas que necesitamos entender.

*** 

Todas las mañanas, cuando Tania abre las ventanas de su casa o va a dejar a sus tres hijos al colegio, mira las montañas. Ya es algo casi inconsciente: suele recolectar rocas por donde va, y en sus vacaciones no deja de mirar con ojos geólogos cada cerro en su camino. Por eso, cuando regresó a Chile en 2016 para hacer su posdoctorado en la Universidad de Chile, la primera decisión que tomó fue mudarse a Peñalolén, tan cerca de la cordillera como pudiera.

Antes, había trabajado cinco años con los sedimentos generados por los glaciares de los Alpes del Sur, la cordillera neozelandesa. En su laboratorio en la Universidad de Florida recibía bolsitas de limo de hasta un millón de años atrás, y fue aprendiendo a mirar el paisaje oculto en ellas. En Chile comenzó un estudio de sedimentos en los mares de la Patagonia, con el que pretende entender cómo se distribuyeron los hielos hace unos 60 mil años, cuando la última glaciación congeló las tierras australes. Su objetivo es descifrar los antiguos mecanismos geológicos con que los glaciares fueron moviendo grandes cantidades de material y rompiendo las rocas, hasta formar el paisaje que hoy conocemos como Aysén. Cuando está en Santiago, suele subir en auto hasta la cuenca el río Maipo, en la precordillera central, donde estudia cómo los cambios en el clima van modificando los sedimentos río abajo.

—Tiene que ver con cómo cambia el paisaje, y cómo el clima lo afecta —dice Tania, quien recibió el premio For Women In Science entre 70 postulantes a nivel nacional, con un jurado compuesto por científicos de la talla de María Teresa Ruiz o Mario Hamuy— . Me interesa ver cómo el cambio climático está afectando los patrones de precipitación y de acumulación de nieve, y cómo esos procesos de erosión van a cambiar en el futuro. Si monitoreo esa cuenca durante diez años voy a poder ver los cambios en eventos de avalanchas o de aluviones, que tienen implicancias en la población, versus cómo eran en los 60 o 70, antes del cambio climático.

Sin embargo, cuando Tania habla de proyectos a largo plazo, lo hace con cierta incertidumbre. Aún para una investigadora que estudia procesos que duraron miles de años, diez años pueden ser demasiados. Desde que regresó a Chile, cuenta, enfrenta el mismo problema que buena parte de la generación de científicos recién retornados de sus doctorados: la dramática falta de puestos en la academia o de empresas chilenas decididas a invertir en ciencia.

Tierra.

—En sedimentología marina hay un nicho gigante, pero en Chile es muy difícil hacer ciencia. Con la Beca Chile el número de científicos doctorados ha aumentado un montón, y como estamos obligados a volver, nos hemos encontrado con que no hay posiciones académicas. Es súper triste. Yo entré al posdoctorado y desde el día uno he pensando en qué voy a hacer después, dónde voy a trabajar, si voy a terminar trabajando de geóloga en cualquier parte y dejando de hacer investigación. A mí me encanta lo que hago y tengo un montón de ideas, pero no tengo un lugar. Es un problema generacional, que le está pasando a todo el mundo.

— Acabas de ganar el premio For Women in Science, que pretende fomentar la ciencia hecha por mujeres. ¿Es difícil encontrar un lugar en Chile para las científicas? 
—La barrera está en los sesgos de género. Uno puede tener un buen currículum, pero si eres mujer te evalúan un poco de menor calidad. Pienso que las mujeres tenemos que hacer un esfuerzo extra por validarnos profesional y científicamente: tener cierta personalidad, ser bien asertivas. Se nos pide mucho más que a un hombre. Yo me di cuenta de que cuando iba a conferencias y conocía gente, yo nunca hablaba de que tenía hijos. La idea que está detrás es que si yo mencionaba que tenía hijos, me iban a decir: “Ah…”. Es bien machista, en el fondo. Las mujeres no nos podemos mostrar débiles, y se asume que si tienes vida familiar no vas a ser capaz de mantener el ritmo o ser tan productiva como se esperaría que fueras.

¿Es necesario que el feminismo entre en la ciencia? 
—Ya está entrando. La Red de Investigadoras lo está metiendo fuerte, y el próximo mes, en el Congreso Geológico Chileno, vamos a hacer una sesión de equidad de género por primera vez. Tiene que haber un cambio cultural, exponer a las niñas a modelos. En el colegio te hablan de hombres, todos los grandes científicos son hombres, como también los libertadores de Chile… Yo si no hubiera visto en una película a Dian Fossey, nunca hubiera imaginado que tal vez podía ser como ella. Hay que hacer un esfuerzo para que aparezcan mujeres en los distintos aspectos de la historia y de la cultura. En la educación escolar eso no pasa.

Fuente: especiales.latercera.com