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Muchos de Uds. conocieron al Dr. Alejandro Venegas como estudiante del programa de doctorado en Bioquímica en la Universidad de Chile, o ya recibido de doctor en bioquímica, o quizás lo conocieron como profesor en la Pontificia Universidad Católica después de haber regresado a Chile al terminar sus estudios de postgrado en la Universidad de California-San Francisco, y en Chiron una compañía de biotecnología localizada en Emeryville-California. Sin duda alguna que para los muchos alumnos, estudiantes graduados e investigadores que tuvieron la fortuna de conocerle y formarse como profesionales bajo su tutelaje, les ha dejado una huella imborrable. Una marca profunda e inolvidable gracias a ese gran talento natural por la enseñanza, e inmensa capacidad de transmitir ese interminable bagaje de conocimientos que siempre llevaba consigo y que lo distinguía como profesor e investigador. Para Alejandro, la investigación y la enseñanza siempre estaban conectadas; un verdadero científico, como lo fue él, es ser un eterno aprendiz, toda la vida.

En el año 1965 tuve el privilegio de conocerlo cuando iniciábamos nuestros primeros pasos en el misterioso y adictivo campo de la bioquímica, como estudiantes de la Universidad de Concepción. Alejandro era una persona bastante reservada cuando lo conocí por primera vez. Nacido en Chillán, y criado en Linares; sus padres eran químicos farmacéuticos que trabajaban en el Hospital de Linares, y su madre además era propietaria del único laboratorio clínico privado que existía en esa época en la ciudad. Éramos como dos polos opuestos, criados en mundos diferentes, ya que yo nací en María Elena, la zona más árida del desierto de Atacama y con una personalidad más extrovertida que él. Nuestros primeros encuentros al comienzo fueron muy formales, nos veíamos esporádicamente en algunas clases, porque los horarios no eran los mismos. Estudiábamos en un año común de experimentación en la Universidad de Concepción, conocido como “El Propedéutico”, previo a postular a  carreras en las ciencias biológicas y químicas. Compartíamos alguna de esas clases con Alejandro, y una de las primeras cosas que más me impactó fueron sus sólidos, y envidiables conocimientos en biología y química.

Nuestra verdadera amistad comenzó en una plataforma de un tren, en el famoso “Tren Nocturno” que salía de Concepción a Santiago, parando en diferentes ciudades del recorrido incluyendo Linares. Nos cruzamos una vez en la estación del tren, nos ubicamos en uno de los coches y así comenzamos a conocernos, y a hacernos amigos, durante estos largos viajes al iniciar periodos de vacaciones por cinco años. Los momentos más agradables los compartíamos cuando nos sentábamos en la plataforma de uno de los coches del tren, cantando algunas canciones de los “Beatles” y otras aprendidas del repertorio de la Escuela de Química y Farmacia, y de Bioquímica. También compartíamos historias jocosas que nos pasaban con algunos profesores, o discutíamos problemas que afectaban en esa época a la Universidad de Concepción; así, sin darnos cuenta, el tren estaba parando en la estación de Linares después de recorrer más de 200 kilómetros. Sin embargo, los próximos 300 kilómetros a Santiago, se me hacían una eternidad.

Como estudiante en muchas oportunidades recurrí a Alejandro por ayuda. Es aquí donde me dí cuenta de sus dotes naturales de mentor. Alejandro cumplía ya en esa época con todas las cualidades necesarias:

 1) proporcionaba las herramientas requeridas para estudiar mejor, como apuntes y capítulos del tema en que tenía dudas, y estaban a su alcance;

2) lo guiaba a uno a seguir una estrategia de estudio;

3) compartía libros proporcionados por sus padres, apoyándolo a uno a obtener información que por sí mismo sería muy difícil de obtener;

4) constantemente me hacía preguntas para asegurarnos que entendía el tema;

5) nunca actuó con prepotencia dando a saber que sabía más que yo, su actitud era altruista y humilde;

6) siempre escuchaba con atención mis preguntas, siendo honesto en responder, aceptando cuáles eran sus propios límites de conocimiento; y

7) indirectamente se perfeccionaba él mismo, porque cuando no sabía muy bien una respuesta, se aseguraba que al día siguiente la respondería completa y correctamente.

Su deseo de ayudar y compartir sus conocimientos los llevaba en sus genes; y me atrevo a decir, que parte de mi éxito como estudiante se lo debo a Alejandro. Hay un dicho que dice: “No es la altura, ni el cuerpo, ni la belleza que te hace una gran persona; sino que es el corazón, la humildad y la inteligencia.” Esos fueron los atributos que lo acompañaron toda su vida, como una sombra que siempre estaba a su lado. Creo que este dicho fue inspirado en los atributos de Alejandro. Un gran maestro te hace sentir grande, cuando tienes su apoyo.

A través de los años nos mantuvimos en contacto seguido. Nos visitamos en Estados Unidos (entre los años 1977-1979; 1989-1991 y en sus visitas por corto tiempo después de 1992) y en Chile en los muchos viajes que he hecho desde los años 1980 hasta reciente antes de la pandemia, y también en nuestros encuentros donde participamos en algunos Congresos. Nuestras conversaciones telefónicas y correos electrónicos fueron frecuentes y así continuó hasta los últimos días de su vida. Alejandro intervino para que yo presentara seminarios en la Pontificia Universidad Católica de Santiago, en la Universidad de Chile de Santiago, como también en la Universidad Diego Portales, lugar donde trabajó hasta casi sus últimos años. Me estimuló para que presentara seminarios en los Congresos de la Sociedad de Bioquímica y Biología Molecular de Chile, y que gracias a él, he podido conocer muchas de la nuevas generaciones de bioquímicos y biólogos moleculares en Chile.

Quiero terminar diciendo que siempre existe un gran tesoro detrás de las personas a quien uno admira. Esas personas son un espejo, un reflejo de uno, y de los valores y sueños que uno tiene. Alejandro fue realmente ese espejo, ese reflejo, esa persona que yo admiré, respeté y considero que ha sido uno de los grandes bioquímicos que Chile ha producido, con aportes que incluyen avances en biología molecular, bioquímica, y fue también uno de los pioneros en vacunas en Chile. Todos aquellos que trabajamos con Alejandro nos nutrimos de su ejemplo profesional y de su amplio conocimiento científico. Cabe destacar, que él logró identificar talento y promover el desarrollo intelectual de muchos científicos.

Adiós amigo mío, gran maestro y mentor de muchos que pasaron por tu laboratorio, y que tuvimos la suerte de ser colegas y compañeros de curso. Las semillas que plantaste en la formación de muchos bioquímicos y biólogos moleculares, darán frutos por muchos años en Chile y en el extranjero.

Que en Paz Descanses.

Norberto Guzman, Ph.D., M.Sc.
Nueva Jersey, EE.UU.