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Es extraordinariamente sencillo sentirse indignado a propósito de las recientes declaraciones del candidato presidencial Alejandro Navarro, quien sostuvo que el autismo es el resultado de las vacunas. Resulta verdaderamente intolerable que aquellos que se proponen como opción de Gobierno y que actualmente legislan, lo hagan sobre la base de la falacia de la conspiración, para explicar sus errores, y desde la ignorancia, para justificar su falta de rigurosidad.

La indignación suele ser la forma mediante la cual ponemos énfasis respecto de algo que nos provoca un disgusto casi incontrolable. Una reacción que, aun cuando legítima, es más emocional que argumentada, sin fundamento pero efectista. Ceder a la tentación de la indignación, en tanto fundamento emocional, es trivialmente fácil. No obstante, la reflexión, esto es, el análisis ponderado de los argumentos y las evidencias, el camino difícil, siempre es más fructífero y permite que todos aprendamos algo.

Afirmo lo anterior porque es extraordinariamente sencillo sentirse indignado a propósito de las recientes declaraciones del candidato presidencial Alejandro Navarro, respecto de una cuestión tan sensible como lo es la salud pública de nuestro país. El estado de la salud pública es el resultado de un proceso largo (no se logra de un día para otro), y resulta penoso, alarmante e indignante que una persona en esa posición ponga en riesgo, de manera tan liviana, un patrimonio (la salud pública) del cual todos somos responsables.

No obstante, la indignación no puede reemplazar la reflexión informada. En efecto, dicho candidato afirma, con una seguridad digna de mejor causa, que el autismo es el resultado de la vacunación con productos que contienen un preservante específico y que, por lo tanto, lo que las personas deben hacer para evitar que sus hijos presenten tal condición, es evitar vacunarlos. Funda su afirmación, el candidato, en estudios cuya validez es al menos dudosa e ignora, en el mismo acto, la enorme cantidad de datos que apuntan en la dirección contraria (como, por ejemplo, que la condición autista tiene un elevado componente hereditario). Cita, el candidato, para su favor, un estudio publicado en una prestigiosa revista científica (Nature, marzo de 2017), pero no es posible encontrar dicho estudio. Si esto no fuera suficiente, con desparpajo afirma que “la comunidad científica recibe dinero de las (compañías) farmacéuticas para negar la relación entre las vacunas y el autismo”.

¿Miente el candidato? ¿Se equivoca? ¿Es poco riguroso? ¿Todas las anteriores? Quizás la respuesta se encuentra en sus propias declaraciones. Cuando, interrogado en relación con un confuso incidente con una moto de nieve, el candidato arguye, no faltaba más, una conspiración en su contra; respecto de su desafortunada concepción acerca de la nanotecnología, previsiblemente, el candidato dice que fue malinterpretado. Finalmente, no podía ser de otra  manera, una conspiración entre científicos y farmacéuticas explica lo inexplicable, esto es, la falta de evidencia seria que respalde sus afirmaciones.

No es el tiempo de indignarse, creo. Es el tiempo de educarnos, de informarnos apropiadamente, de reflexionar. Si la actual propuesta presupuestaria de la nación importa un daño al desarrollo científico de nuestro país, actitudes como las del candidato en cuestión son profundamente más dañinas.

No soy de aquellos que creen que hay que apoyar a la ciencia, creo que es mejor que nuestro país, nuestra sociedad, aprenda a apoyarse en la ciencia. Desde esta perspectiva, el daño que el candidato produce es inconmensurable, porque pone en entredicho lo que hemos aprendido y lo que podemos aprender. Cierto es que en nuestro país la distribución de la riqueza (lo que quiera que sea eso) es desigual. También lo es la distribución del conocimiento y de sus aplicaciones. No obstante, lo que resulta verdaderamente intolerable es que aquellos que se proponen como opción de gobierno y que actualmente legislan, lo hagan sobre la base de la falacia de la conspiración, para explicar sus errores, y desde la ignorancia, para justificar su falta de rigurosidad.

Por Eduardo Kessi 

Fuente: www.elmostrador.cl